UN LARGO CAMINO A CASA
En 1925, un joven inmigrante libanés llamado Boutrus Mansour El Bayeh llegó al país en busca de nuevas oportunidades, tentado por las bondades que ofrecía la Argentina.
Como a tantos otros inmigrantes, los funcionarios de la aduana decidieron cambiarle el nombre apenas llegó al país y lo inscribieron bajo el nombre de “Pedro” -quizás lo más cercano a “Boutrus” que pudieron encontrar- y le dieron como apellido “Manzur”, una deformación de su segundo nombre de origen. Pasarían tres generaciones de la familia hasta que su verdadero apellido, “El Bayeh” fuera recuperado del olvido y dado nombre a la bodega.
DEL LÍBANO A JUJUY
A diferencia de la mayoría de los inmigrantes que llegaban por entonces a la Argentina, Pedro decidió seguir camino desde Buenos hacia el norte del país. Llegó así a San Salvador de Jujuy, donde formó una familia y tuvo 7 hijos.
Uno de estos hijos llevó el mismo nombre de su padre, Pedro, y se convirtió desde muy joven en un activo comerciante de frutas y verduras, que compraba a pequeños productores y parceleros de la Quebrada de Humahuaca para vender luego en la capital de la provincia. Casualidad o causalidad, el apellido que su padre había “perdido” al llegar al país -El Bayeh- significa justamente “comerciante de frutos frescos” o simplemente “el mercante”.
Pedro fue el pionero de la familia en asentarse en la Quebrada de Humahuaca y desarrollar un vínculo profundo con la región, y siempre tuvo el sueño de emprender un proyecto vitivinícola en la zona.
LLEVANDO EL SUEÑO A UN NIVEL SUPERIOR
La segunda y la tercera generación de la familia Manzur siguen viviendo y trabajando en la Quebrada de Humahuaca, y en 2018 decidieron llevar adelante aquel postergado sueño de Pedro y comenzar a elaborar vinos que fueran símbolo, reflejo y expresión genuina de este terruño.
Convocaron para ello a Matías Michelini, un viticultor mendocino, reconocido como uno de los grandes referentes de la vitivinicultura argentina. Además de forjar una rápida amistad con la familia, Matías Michelini aportó a los Manzur una mirada enológica audaz y novedosa, desde la que propuso investigar y poner en valor, como nadie lo había hecho hasta el momento, los secretos de una tierra única.
“Mi mirada se dirigió a unas parras muy viejas de uva criolla que había plantadas en la finca de Maimará. La uva criolla fue la primera que ingresó en América de la mano de los jesuitas y da un vino riquísimo”
MATÍAS MICHELINI